Siempre he creído que muy pocas personas pueden decir, con sinceridad, que han amado de verdad. Hemos naturalizado tanto la palabra amor en nuestro vocabulario, que parece haber perdido su peso, su verdadera dimensión. Yo soy fiel creyente de que el amor no se esfuma, que es eterno. Pero nosotros, tan humanos y tan imperfectos, lo deformamos. Lo retorcemos, lo disfrazamos, lo alejamos de su esencia más pura.
Convertimos el amor en obsesión, en dolor, en necesidad, en inseguridad. Y al amar desde esos lugares—desde el miedo, la carencia o la herida—lo que sentimos deja de ser amor y se convierte en su sombra.
Creo que el amor, el verdadero, no guarda rencor. Y si al amar hay siquiera una chispa de ese sentimiento, entonces no es amor. O al menos, no en su forma más honesta.
Aunque claro, todo esto lo dice alguien que jamás ha amado ni ha sido amada. Así que tal vez no hablo del amor como es, sino de la versión que quiero creer.
O tal vez solo me niego a aceptar que puede ser… y terminar.
¡Hola André! A mí me parece que estás en la misma situación que Shakespeare se plantea aquí. Yo creo que el amor no es ajeno a las personas. Más que un ideal lejano, como el faro que describe el soneto, se trata de algo tan imperfecto, errático y voluble como lo son las personas mismas. El otro lado del amor puede ser la ausencia, el dolor, el luto, la inseguridad, la necesidad... como dos caras de la misma moneda. Abrazar uno significa aceptar lo otro. Y creo que es el tiempo y la experiencia lo que te deja aceptar aquello sin que se convierta en algo mayor que uno mismo.
Siempre he creído que muy pocas personas pueden decir, con sinceridad, que han amado de verdad. Hemos naturalizado tanto la palabra amor en nuestro vocabulario, que parece haber perdido su peso, su verdadera dimensión. Yo soy fiel creyente de que el amor no se esfuma, que es eterno. Pero nosotros, tan humanos y tan imperfectos, lo deformamos. Lo retorcemos, lo disfrazamos, lo alejamos de su esencia más pura.
Convertimos el amor en obsesión, en dolor, en necesidad, en inseguridad. Y al amar desde esos lugares—desde el miedo, la carencia o la herida—lo que sentimos deja de ser amor y se convierte en su sombra.
Creo que el amor, el verdadero, no guarda rencor. Y si al amar hay siquiera una chispa de ese sentimiento, entonces no es amor. O al menos, no en su forma más honesta.
Aunque claro, todo esto lo dice alguien que jamás ha amado ni ha sido amada. Así que tal vez no hablo del amor como es, sino de la versión que quiero creer.
O tal vez solo me niego a aceptar que puede ser… y terminar.
¡Hola André! A mí me parece que estás en la misma situación que Shakespeare se plantea aquí. Yo creo que el amor no es ajeno a las personas. Más que un ideal lejano, como el faro que describe el soneto, se trata de algo tan imperfecto, errático y voluble como lo son las personas mismas. El otro lado del amor puede ser la ausencia, el dolor, el luto, la inseguridad, la necesidad... como dos caras de la misma moneda. Abrazar uno significa aceptar lo otro. Y creo que es el tiempo y la experiencia lo que te deja aceptar aquello sin que se convierta en algo mayor que uno mismo.