Sonnet 116
Let me not to the marriage of true minds
Admit impediments; love is not love
Which alters when it alteration finds,
Or bends with the remover to remove.
O no, it is an ever-fixèd mark
That looks on tempests and is never shaken;
It is the star to every wand'ring bark
Whose worth's unknown, although his height be taken.
Love's not time's fool, though rosy lips and cheeks
Within his bending sickle's compass come.
Love alters not with his brief hours and weeks,
But bears it out even to the edge of doom:
If this be error and upon me proved,
I never writ, nor no man ever loved.
William Shakespeare
El Soneto 116 de Shakespeare, publicado en 1609, es uno de los más célebres del autor inglés. Como es típico en esta forma poética, su tema central es el amor romántico. El poema está compuesto por catorce líneas en pentámetro yámbico, distribuidas en tres cuartetos y un dístico final.
Desde una primera lectura, el tema parece claro: se exalta la permanencia del amor en un mundo marcado por el cambio. El texto está cuidadosamente construido para parecer directo, pero al observarlo con atención, surgen ambigüedades y detalles.
En el idioma original, el comienzo es desconcertante. La expresión "let me not to the marriage of true minds admit impediments" genera dudas: ¿quiere decir que el amor verdadero no debería verse afectado por obstáculos? ¿O que se rehúsa a reconocer esos impedimentos? ¿O tal vez los menciona sin aceptar su validez?
Esta ambigüedad inicial no es casual: va transitando el poema.
La frase “love is not love”, cortada deliberadamente al final del verso, amplifica la ambigüedad. A partir de allí, se define al amor por lo que no es: no se altera con los cambios del ser amado, no desaparece con el tiempo ni con la ausencia. El amor no se ve afectado por el devenir del mundo.
Un detalle notable es la ausencia de figuras específicas: a diferencia de otros sonetos, aquí no hay un amante ni un ser amado claramente identificables. La primera estrofa es casi enteramente abstracta, lo cual llama la atención.
En la segunda estrofa, el amor es descrito como un faro, una estrella fija. Estas imágenes sugieren guía, pero también distancia. Algo remoto e inalcanzable. ¿Qué cosa buena puede traer la idea de un amor inamovible para personas reales que están destinadas a cambiar, a crecer, a fallar?
La tercera estrofa introduce por fin una figura más concreta: “rosy lips and cheeks”, símbolo de la juventud, la cual es alcanzada por la guadaña del tiempo (Time’s bending sickle). Y, sin embargo, el amor ―según se relata en el poema― no es juguete del tiempo ni sufre con sus efectos. El amor perdura incluso ante el abismo final. Si en la primera estrofa el amor parece no admitir impedimentos, a lo largo del poema parece enfrentarse a todos ellos.
La estrofa final cierra con una afirmación paradójica: “If this be error and upon me proved, / I never writ, nor no man ever loved.” Es decir, si el que narra está equivocado, entonces nunca ha escrito nada y nadie ha amado jamás. Pero como el poema existe y el amor también, se espera que el lector concluya que no hay error posible. Esta lógica circular, sin embargo, no elimina del todo la posibilidad del error; más bien, deja abierta la sospecha. Si el autor está efectivamente equivocado ―dado que es una posibilidad que parece contemplar― esto negaría la idea del amor por completo y condenaría el poema al olvido.
Yo creo que este no es un poema de amor dirigido a una persona, ni una simple celebración del amor. Más bien, se siente como una voz que intenta convencerse a sí misma de que el amor es inmune al tiempo y al cambio… sin lograrlo del todo. Hay una sensación de alguien que cierra los ojos con fuerza, y que no quiere ver algo que ya está presente en el propio poema.
Que el amor es errático, fluido y volátil como las personas que lo sienten. Esto no significa que el verdadero amor ―the marriage of true minds― sea menos bello, o menos real. Al contrario: lo efímero es lo que da valor a lo bello y es por eso atesoramos con más fuerza aquello que podemos perder.
Siempre he creído que muy pocas personas pueden decir, con sinceridad, que han amado de verdad. Hemos naturalizado tanto la palabra amor en nuestro vocabulario, que parece haber perdido su peso, su verdadera dimensión. Yo soy fiel creyente de que el amor no se esfuma, que es eterno. Pero nosotros, tan humanos y tan imperfectos, lo deformamos. Lo retorcemos, lo disfrazamos, lo alejamos de su esencia más pura.
Convertimos el amor en obsesión, en dolor, en necesidad, en inseguridad. Y al amar desde esos lugares—desde el miedo, la carencia o la herida—lo que sentimos deja de ser amor y se convierte en su sombra.
Creo que el amor, el verdadero, no guarda rencor. Y si al amar hay siquiera una chispa de ese sentimiento, entonces no es amor. O al menos, no en su forma más honesta.
Aunque claro, todo esto lo dice alguien que jamás ha amado ni ha sido amada. Así que tal vez no hablo del amor como es, sino de la versión que quiero creer.
O tal vez solo me niego a aceptar que puede ser… y terminar.